Día Mundial del Folklore: trajes típicos del Perú
En 1846, el estudioso William J. Thomas acuñó la palabra compuesta folklore: folk: popular, lore: ciencia o saber del pueblo, que alcanzó singular difusión internacional, y terminó siendo utilizada, con el paso de los años, en sentido peyorativo, para designar “el saber de todos los pueblos que tienen culturas distintas de la occidental”. En nuestro país, se generalizó su uso para identificar los conocimientos y sabiduría nativos, negándoseles el “estatus” de cultura o arte.
Es más, se ha considerado al llamado folklore como opuesto en esencia a la modernidad, a la ciencia y a la racionalidad, un saber no apto como posible alternativa de desarrollo socioeconómico y cultural. Esta apreciación prejuiciosa no resiste el menor análisis. El Perú es tal vez el único país de América que puede exhibir más de 4,000 años continuos de civilización. Su cultura milenaria ha sabido valorar debidamente la relación hombre-naturaleza, así como desarrollar tecnologías respetando la tierra, instituyendo la solidaridad y la reciprocidad como parte del ejercicio de la libertad y de la justicia. Resulta lamentable que las expresiones de esa cultura, en tanto componentes del folklore, sean ignoradas o marginadas.
En todo caso, en ausencia de una palabra que la reemplace y destaque su importancia, es conveniente precisar que la utilizamos para aproximarnos al conocimiento de uno de los más vastos y perdurables nexos del pueblo peruano con su cultura ancestral: los mitos, ritos, tradiciones, cuentos, leyendas, danzas, poesías, canciones que, tras un lento proceso de asimilación por nuestro pueblo, se enraizaron y fructifican en todos los aspectos de la vida. Estas expresiones culturales no han permanecido incontaminadas, sino que se han enriquecido permanentemente, a través de aportes sucesivos, mediante diversos procesos migratorios que caracterizan nuestra historia. En consecuencia, el arte y la cultura presentes en nuestro folklore no se han conservado de manera estática o impermeable, y no se distinguen por alguna pureza arcaica, si la hay.
Entre nosotros, algunos podrían reconocer como “nuestros”, por ejemplo, el arpa o la guitarra, y éstos, en realidad, son instrumentos de larga historia a través de culturas, países y épocas diversas. Esto o aquello, debe ser considerado perteneciente a nuestro folklore porque lo hemos asimilado, porque con ello hemos integrado un complejo que, aún constituido por elementos extraños y antiquísimos, representa en cierto modo nuestra propia recreación colectiva y anónima.
A pesar de los muchos siglos de imposición cultural occidental, los campesinos, pastores, hombres y mujeres sencillos de las áreas rurales del Perú han mantenido varios elementos incas y preíncas en sus trajes de uso habitual, trazando una continuidad, pero incorporando una serie de detalles, que del tiempo han devenido un sincretismo especial y diferente según cada localidad.
A lo largo y ancho del Perú los trajes y adornos de uso habitual muestran grandes variaciones regionales. La historia, cultura, creencias y costumbres de los pueblos del Perú se pueden leer en ellos. Trajes que distinguen, por sus señas, a las casadas de las solteras, al campesino común del mayoral, al alcalde varayoc de las demás autoridades, y por supuesto, al hombre sencillo del que adereza sus atavíos con joyas y adornos de oro y plata para dejar sentada la autoridad, prestigio o poder.
En las zonas rurales del Perú, el traje es un importante distintivo, fruto del sincretismo de los elementos prehispánicos con la ropa europea que fue necesario llevar durante el periodo colonial.
El tradicional anacu inca fue transformado por las mujeres en las conocidas polleras. Según la región, una falda negra es acompañada de una faja de colores diversos, adornada con flores en la sierra de Piura o la lliclla de lana de colores en Chiclayo.
En la sierra de Lima, la falda lleva una cenefa en rojo y negro y, en Junín, al igual que en Cajamarca y en el Cusco, las faldas ya no son negras. Las mujeres dejan asomar bajo su falda varias polleras de algodón bordadas, hasta con hilos de oro y plata, con hermosos dibujos en el borde. El poncho data del siglo XVII y, al parecer, es una variante del traje masculino, el unku. Los tupidos ponchos cajamarquinos no dejan filtrar el agua; son tan largos como en Puno, en donde se trocan por rojo durante los días de fiesta. En el Cusco, los ponchos son cortos y con figuras geométricas muy elaboradas sobre fondo rojo.
En la costa, los ponchos fueron utilizados por los latifundistas y están hechos de algodón o de lana de vicuña. En la selva, tanto hombres como mujeres de ciertos grupos étnicos, visten una cushma, una túnica amplia cosida a los costados, adornada con tintes y figuras geométricas de la región. Los trajes suelen ir acompañados por sombreros de lana o paja, algunos de colores. Pero en las zonas de mayor frío en el ande, se suele utilizar el chullo, un gorro tejido de lana que cubre las orejas y que está decorado con motivos geométricos.
Los bailes regionales requieren de trajes distintivos. En la costa, para bailar marinera el algodón de la falda fue reemplazado por la seda. En el ande, los danzantes de tijeras adornan su hermoso traje con espejos y bordan a su dios protector en la espalda.
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